La historia de los cuencos tibetanos.
Izu era un asceta que, renunciando a las riquezas del mundo y decidido a encontrarse a sí mismo, se instaló con un cuenco de madera, una cuchara y una vieja túnica en las montañas de la cordillera del Himalaya. Allí, en una árida explanada, cerraba los ojos escuchando los cantos de los pájaros, el sonido de los vientos y el rugir de las aguas de una cascada cercana. Así pasó meses, incluso años. En silencio escuchaba y meditaba las palabras invisibles de los elementos.

Según cuenta la leyenda, así nacieron los cuencos tibetanos y desde hace milenios han sido utilizados, como práctica habitual, en todos los Monasterios y Lamaserías del Tibet, Nepal y la India.
Los milenarios cuencos tibetanos son un instrumento ideal para alcanzar un equilibrio físico, mental, emocional. Su práctica abre las puertas al misterio que transmiten sus sonidos, e invita a un viaje personal para lograr un estado de serenidad, creatividad, bienestar y afinidad con la salud. Los cuencos tibetanos tienen un inconfundible efecto sobre las personas. Se utilizan cada vez más con fines terapéuticos ya que dirige el sonido correcto hacia nosotros mismos.
Los secretos de estos cuencos son un misterio que los monjes tibetanos guardaron durante mucho tiempo. Sus sonidos nos invitan a una experiencia de armonía, profundo bienestar y serenidad. Cuando todo en nuestro cuerpo esta “afinado” se produce música.
Cuando se producen bloqueos el cuerpo deja de resonar con el universo y con su entorno, porque pierde su sonido original armónico y aparece entonces la desarmonía del cuerpo.
Al aplicar sobre el cuerpo, ya sean los sonidos armónicos de los cuencos, o de la voz, por resonancia, el cuerpo reconoce los sonidos, identificando así, el sonido armónico que le corresponde para restablecer su equilibrio y armonía natural.
Imagen tomada de la web.